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Anecdotario olímpico

Aquí va una visión particular sobre la Olimpiada de ajedrez. Un lugar lleno a rebosar de ajedrecistas es un hervidero de anécdotas, y éstas son algunas de las que yo viví. Contadas de una forma muy personal, tan personal que quizá a mucha gente no le interesen, pero que refleja lo que sentimos los que disfrutamos de esta Olimpiada.

— David Llada (lladini)

El Hotel Toplice
Este pequeño hotel, con unas inmejorables vistas al famoso lago de Bled, es uno de los lugares sagrados del ajedrez, y gracias a la sensibilidad de sus propietarios y a la afición existente en Eslovenia por nuestro juego, conserva algunos recuerdos de ese honorable pasado. Como muestra, un poco de historia:

Tres fueron los grandes torneos internacionales que tuvieron lugar allí. El primero, en 1931, impulsado por el admirado jugador local Vidmar, y que reunió nada menos que a Alekhine, Tartakower, Bogoljubow, Nimzowitsch, Spielman, Maroczy, Colle, Pirc… Tan sólo Euwe, Rubinstein y Capablanca (en su momento de mayor enemistad con Alekhine) rehusaron participar. Y a falta de su principal rival, la victoria fue aplastante para Alekhine.

Son muchas las anécdotas que se cuentan de aquel torneo, como por ejemplo que por primera vez trascendieron en público los problemas de Alekhine con la bebida, que la reina de Yugoslavia fue una de las asistentes al torneo, o que un despistado se acercó a la mesa donde jugaba Bogoljubow y le pidió fuego en mitad de su partida. Existe un libro del torneo que es una verdadera joya.

Muchos años más tarde, también en este hotel, se vivió una particular rivalidad entre Tahl y Fischer. En 1959 se jugaron allí las dos primeras vueltas del Torneo Interzonal (las dos restantes se repartieron entre Zagreb y Belgrado), del que resultó ganador Tahl, quien además le endosó un 4-0 al jovencísimo Fischer, que por entonces sólo tenía 16 años. En 1961 se celebró de nuevo un torneo internacional, en el que se reunieron prácticamente todos los participantes de aquel interzonal, más algún otro, y aunque el triunfo correspondió una vez más a Tahl, también por delante de Fischer, el norteamericano pudo obtener su primera victoria ante el ruso. Las fotos de estos grandes jugadores aún adornan los salones del Toplice, o al menos lo hacían durante la Olimpiada.

En esta ocasión, el Toplice acogió al equipo ruso y a toda la very important people del politiqueo ajedrecístico: Campomanes, Makropoulos, Iliumzhínov… También hubo, cómo no, anécdotas. Al segundo día de estancia allí, Kasparov bajó a recepción hecho una furia, porque se había enterado de que no le habían asignado la mejor habitación del hotel, y quería una explicación. Hubiera estado bien que alguien le hubiera respondido que «desde que se alojó Bobby Fischer en ella, se conserva como recuerdo, y nadie más ha vuelto a utilizarla…».

Euros, gallifantes y tolars
Cuando a lo largo de un viaje uno se ve obligado a manejarse con diferentes monedas extranjeras (con el consiguiente lío) para simplificar se tiende a llamarlas a todas con el mismo apodo, o al menos eso saco de mi propia experiencia y de los comentarios de otros viajeros. Así, el mundo queda dividido en la ‘zona euro’, la ‘zona dólar’, y el llamado ‘resto del mundo’. Y libras, dracmas, dinares, tolars, pesos o rublos reciben un nombre común. Yo siempre los he llamado a todos «gallifantes». Patricia emplea el término «chilifurcios». Y un compañero malagueño que me acompañó en un viaje a Irak tuvo un golpe de mucha gracia al bautizar a los billetes con el careto de Saddam como «mortadelos».

Concretamente, la moneda de Eslovenia es el ‘tolar’. Un euro venía a ser unos 230 tolars aproximadamente. El precio de una cerveza eran 300 tolars, una buena cena andaba entre los 2000 o los 3000 tolars (¡muy barato!), y el sueldo medio de un funcionario anda por los 150.000 tolars, poco más de 100.000 pts, siendo una de las antiguas repúblicas yugoslavas con mejor nivel de vida.

Al principio aquello de ‘tolar’ nos sonaba a una especie de imitación del dólar, algo que tampoco hubiera sido extraño dado que Eslovenia es un país con apenas diez años de vida como tal. La sorpresa me la dio Alfonso Romero, cuando publicó en su crónica para la revista Jaque que había sido precisamente al revés: según sus averiguaciones, fue el tolar el que inspiró la aparición del dólar, al ser de origen checo/esloveno los encargados de la fábrica de moneda y timbre del imperio estadounidense. ¡Qué cierto es aquello de que no se acuesta nunca uno sin haber aprendido algo nuevo!

Una jugadora afortunada…
Creo que una de las jugadoras más afortunadas de la Olimpiada fue mi buena amiga Patricia Llaneza. Debutaba en una Olimpiada, lo cual ya es motivo más que de sobra para hacer feliz a cualquiera. Celebró su 23 cumpleaños en Bled, rodeada de amigos de todas partes del mundo. Consiguió la medalla de bronce en el tercer tablero, y a punto estuvo de hacer norma de GM. Pero no queda ahí la cosa: por si todo esto fuera poco, un lanzado lugareño le pidió matrimonio a nuestra ajedrecista. Lamentablemente no fue correspondido, por lo que no podemos hablar de final feliz (al menos, feliz para el esloveno).

… y otros con mucha peor suerte
Stuart Conquest llegó a Bled cuando la Olimpiada ya iba por la tercera o cuarta ronda. El motivo fue el siguiente: Justo el día anterior a su viaje a Eslovenia, sufrió en Londres el robo del maletín en el que llevaba su ordenador portátil, junto con toda su documentación -incluido el pasaporte- y una respetable cantidad de dinero en efectivo. Afortunadamente no se trató de un robo con violencia, pero Stuart estaba muy desanimado de todas formas. Tan pronto como pudo solucionar los papeleos para obtener un nuevo pasaporte se incorporó al equipo inglés.

Parecida o peor suerte corrió Carlos Santos, de Portugal. Para empezar, encajó cinco derrotas consecutivas. Continuó con una pésima racha en el casino, que le hizo perder una cantidad increíble de gallifantes (yo creo que a las fichas de casino también se les puede llamar así). Luego sufrió el robo de su cartera en el mítico pub ‘El Faraón’ (donde muchos perdieron la cabeza), con documentos, tarjetas de crédito… y por último, ya de vuelta en el aeropuerto de Lisboa, y cuando se creía a salvo de más desgracias, en un momento de despiste le robaron también el portátil.

Bled, paraíso turístico
Es difícil describir el ambiente mágico que tiene Bled, y más aún en otoño, con todo cubierto de hojas y de colores dorados. Lo más acertado que se puede decir es que parece un paisaje sacado de un cuento de hadas. La iglesia en medio de la isla del lago tiene algo de fantasmal, y lo mismo el castillo que domina todo el valle, construido en un risco al borde del agua. Alguien con un poco de mala leche comentó que Eslovenia tenía «todo lo bonito de Suiza, pero además sus habitantes eran amables». Para quien le guste la montaña, desde luego, no puede imaginarse un lugar mejor. Ríos y lagos de aguas cristalinas, gargantas, cuevas, montañas nevadas… Mucha gente, como Psakhis, madrugaba para dar un largo paseo siguiendo todo el contorno del lago, unos siete kilómetros en total.

Un poco de música
Había dos hoteles que solían convertirse en centro de reunión: el Toplice, ya mencionado, donde la gente gustaba de tomarse algo tranquilamente, y el Park, mucho más animado, donde se alojaban los españoles y que, por su cercanía a los pubs y al casino, solía ser el lugar elegido para tomarse la primera copa. En ambos había un piano, y en el Park pudimos disfrutar de varias actuaciones improvisadas por ajedrecistas: El israelí Sutovsky dio toda una exhibición, ya que no sólo tocaba sino que también cantaba (menuda voz tiene el tío). Por su parte, la alemana Elisabeth Paethz, campeona del mundo juvenil, también se reveló como una virtuosa del piano, acompañada por su novio.

Obvia decir que no nos libramos en Eslovenia del dichoso ‘Aserejé’, e incluso en el pub ‘Latino’ nos ponían la discografía completa de ‘Las Ketchup’, aparte de Shakira, Enrique Iglesias… Hasta llegamos a escuchar a Manolo Escobar.

Papá Kirsan
Somos una familia, dice el lema de la FIDE, y parece que Kirsan quiere ser algo así como el padre adoptivo de todos nosotros. El día que se confirmó su victoria en las elecciones de Kalmikia, la organización pidió por megafonía un aplauso para el Presidente justo antes del inicio de las partidas. La propuesta fue secundada con moderado o más bien escaso entusiasmo por la mayoría de los ajedrecistas.

La mayor sorpresa se produjo el día de la llegada del flamante Presidente a Bled. Todos los jugadores se encontraron al regresar a su habitación con que habían sido obsequiados con el «kit Kirsan». Una bolsita con el lema «Kirsan with FIDE, FIDE with Kirsan», que contenía una camiseta, una gorra, una chapa, un pin, un bolígrafo, un calendario… todo ello adornado con el careto del presidente y el lema de marras. A veces los políticos no saben medir la línea que separa la propaganda del ridículo, quizá porque carecen por completo de vergüenza.

La Bermuda Party
Siendo la primera vez que visitaba una Olimpiada, una de las cosas que descubrí y que más me sorprendió (gratamente), fue la llamada «Bermuda Party». Por lo visto, es una tradición muy arraigada que, la noche previa a uno de los días de descanso, los jugadores de las islas Bermudas organicen una macrofiesta a la que prácticamente acuden todos los ajedrecistas, con muy contadas excepciones. Y estamos hablando de una asistencia de unas 1.500 personas, que no es poca cosa.

Al llegar allí, nos encontramos con los anfitriones elegantemente ataviados, con chaqueta, corbata, zapatos… pero con pantalones bermudas, no podía ser de otra forma. Por lo visto, con esas pintas allí es habitual salir a la calle o irse a la oficina, sin que nadie se extrañe. Pero las escenas más pintorescas aún estaban por llegar. Si alguien llega a decirme antes de hacer este viaje que algún día iba a ver a Ivanchuck bailando «Aserejé», o al grandullón Speelman desmelenarse con «You can leave your hat on» (el tema principal de nueve semanas y media), me hubiera reído de buena gana. Pero así fue, y puedo prometer (aunque alguno no se lo creerá) que no se trataban de alucinaciones mías por abusar del zganje.

Un par de días más tarde nos enteramos de que durante la fiesta se había producido una desaparición. Un jugador cuyo nombre y equipo no citaremos, por discreción, no volvió a dar señales de vida hasta dos días después de la bacanal, para preocupación de su delegado y sus compañeros. ¿Será por lo mismo por lo que a veces desaparecen barcos en el triángulo de las Bermudas? Sospechoso, muy sospechoso.

Los patrocinadores de la Olimpiada
¿Quién había dicho que el ajedrez no atrae patrocinadores? En Eslovenia pudimos ver muchas y muy variadas empresas que prestaron su apoyo a nuestro deporte. En primer lugar hay que citar a la marca de cerveza Lasko (www.pivo-lasko.si/), que quizá no fue la que hizo una mayor aportación económica, pero indiscutiblemente fue la que proporcionó mejores ratos a los ajedrecistas. Hay que decir que la cerveza en Eslovenia, al igual que en la mayoría de los países del este, es de muy buena calidad, con menor graduación que aquí, un sabor algo más suave, y bastante barata. Y habitualmente se sirve de medio litro en medio litro. Así que no es de extrañar que el stand de Lasko, en una gran carpa cercana a la sala de juego, estuviera permanentemente lleno de gente.

Sin embargo el patrocinador estrella era el que financió la participación de la selección australiana: la marca de preservativos Jaque Mate (www.getcheckmate.com.au/index.html). Fueron muchos los comentarios jocosos que esto provocó, incluso en RNE, donde el compañero Leontxo bromeó sobre el asunto. Creo que fue Alexander Wohl quien, vistiendo una camiseta de Condones ‘Jaque Mate’, y con una cerveza Lasko en la mano, dijo aquello de que «lo importante es tener satisfechos a los patrocinadores».

Kasparov vuelve al redil
Una de las noticias del año en el mundillo ajedrecístico fue el regreso de Kasparov a la tutela de la FIDE. Y no sólo ha vuelto al redil, sino que además se ha convertido en el cordero más manso del rebaño. Sin embargo, en el congreso que tuvo lugar durante la Olimpiada, se llegaron a decir cosas que yo nunca creí que escucharía. Por ejemplo, al respecto de los próximos matches de reunificación, fue memorable cuando Kasparov dijo, con su habitual vehemencia, que «los jugadores no son quién para imponer condiciones a la FIDE». No sé cómo hicieron los asistentes para contener la carcajada, pero fue probablemente la frase más comentada en los corrillos a la salida. Kasparov se desdice de todo lo que estuvo defendiendo durante 15 años, y de casi todo lo que escribió en su autobiografía. ¿Volverá a cambiar de opinión pasados unos meses? Tiempo al tiempo.

Viajeros somos…
… y en el camino nos fuimos encontrando. Aunque Ljubljana cuenta con su propio aeropuerto, algunos optamos por viajar a través de aeropuertos vecinos, como Klagenfurt (Austria) o Trieste (Italia), que contaban con una mayor oferta de vuelos, y luego enlazar luego con Bled por tren. En mi caso, volé de Londres a Trieste, una ciudad con bastante encanto, donde el aventurero y explorador Sir Richard F. Burton (no confundir con el actor), durante uno de sus breves periodos de sedentarismo, tradujo al inglés obras clásicas como el Kama Sutra, Las mil y una noches, o el Ananga Ranga.

Ya en la estación de tren, a punto de partir, me encontré con un variopinto grupo de personas, y cuál no sería mi sorpresa cuando me di cuenta de que todos ellos eran ajedrecistas: jugadores de Chile, Puerto Rico, e incluso un par de aficionados ingleses a los que reconocí porque -casualidades de la vida- había coincidido con ellos en el metro de Londres esa misma mañana, camino del aeropuerto, y luego en la cola para facturar. Surgió entre todo el grupo la típica complicidad y camaradería que se da en estos casos, y recuerdo con especial cariño a una simpática pareja, la jovencita Paula Reyes y su padre, Manuel, que venían de visitar Venecia, y que tras la Olimpiada continuaron su viaje hasta Grecia, al Campeonato Mundial juvenil.

También al marcharnos se dieron bastantes encuentros casuales y curiosos. Yo viajé hasta Venecia acompañado de Leontxo García y de su esposa, y tras despedirnos allí, en el par de días que me tomé para conocer la ciudad, me tropecé con muchas caras conocidas. Y es que ya sabemos que esto del ajedrez para muchos es principalmente una excusa para hacer turismo a su manera.

Personas y personajes
Hay muchas, muchísimas personas que han hecho de éste un viaje muy especial:

  • Patty y Romero, mis infatigables compañeros de juerga, quienes vieron recompensado su buen hacer en la Olimpiada con sendas medallas. Nos lo pasamos tan bien que ya tenemos ganas de repetir, aunque haya que viajar hasta Kenia. Y el resto del equipo español, Pablo, Julen, Paquito y Jordi, que son también unos tíos cojonudos.
  • Leontxo, un compañero de viaje excepcional, con quien compartí apartamento durante esos 17 días, y a quien recomiendo fervientemente que escriba guías de viaje, porque es lo suyo. Nos hizo incontables favores a más de uno, como cuando se prestó a hacer de chófer en varias aventuras al otro lado de la frontera austríaca, llegando a ser muy popular entre los aduaneros.
  • El equipo de Portugal al completo (Galego, Dámaso, Santos…), que siempre estaban ahí cuando se les necesitaba (hablo de los pubs, cómo no). Nocturnos y parranderos empedernidos, incluso superamos las hazañas de Creta. Les debo una visita a Lisboa que prometo hacer en cuanto tenga ocasión.
  • El amigo Alexander Wohl, con quien charlamos sobre algunas cosas importantes de la vida mientras nos tomábamos una cerveza (bueno, muchas cervezas).
  • Manuel Weeks, un australiano de origen andaluz, que habla con una divertida mezcla de acento inglés y malagueño, y que es uno de los grandes animadores de la Olimpiada.
  • El «cazador de tiburones», que amenaza con organizar en Menorca la mayor Bermuda Party de la historia.
  • Y el resto de personajes que pululaban por allí: Las eslovenas, que eran todas muy guapas y simpáticas (si no lo digo, reviento). Mohamed, el argelino, por lo que nos reímos con él. Los de las islas Feroe, que no la apeaban en todo el día. El sinvergüenza de la pajita, que siempre estaba armándola en el Faraón, y casi se queda a vivir allí. El keniano, negro como un tizón y que era todo sonrisa, con un nombre demasiado complicado para recordarlo. El chiflado con cara de vampiro que daba la brasa a Patty y Romero, y al que yo no hacía más que esquivar. Los de Angola, la Pokorna… y el clan de la chaquetilla de cuero, que nos dieron mucho de qué reirnos.